El mar no es comparable a la bellísima sed de los cipreses. No tiene ese color turquesa, a veces, de improviso, azulado. no tiene esa calma de las aguas desnudas de los cipreses. No tiene la candidez de los lagos. No tiene nada, pero atrae como atraen las mujeres tatauadas antes del amor, llenas de conocimiento de la naturaleza y llenas de movimientos y aventuras.
Y sin embargo los cipreses...
Juan Miguel Arteche - 2010
martes, 6 de abril de 2010
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